Durante los ocho años que he vivido en diferentes ciudades de Japón, aunque principalmente en Tokio, he perdido cosas importantes en varias ocasiones. Me suele ocurrir especialmente a menudo cuando, por la razón que sea, me pongo nervioso. Es algo que me ocurre por ejemplo cada vez que tengo que subir a un Avión, palabra que escribo con la primera letra en mayúsculas por pura superstición, y que da buena fé de mis manías. Los que me conocéis sabéis que me gustan los Aviones; conozco modelos, procedimientos, me gusta conocer pilotos que me puedan contar cómo trabajan, curiosidades… me fascina volar. He debido de hacerlo ya cientos de veces, con muchas decenas de saltos intercontinentales de muchas horas entre Europa y Japón. A pesar del respeto que me produce, nunca, de la primera a la última vez, me he dejado de maravillar cada vez que miro por la ventanilla y veo las nubes desde arriba. Es sencillamente mágico. La razón por la que me interesan tanto es porque mi truco para poder vender mis miedos, es conocer bien lo que me asusta, e intentar entender por qué no debo sentirme así. Pero todo eso es un asunto para otro artículo, porque en este me gustaría contaros lo maravilloso que es poder encontrar, casi siempre, algo importante que a uno se le ha perdido en Japón. Es una de las cosas buenas y fascinantes de este país.
En un viaje de vuelta desde Hong Kong en donde lo pasé fantásticamente bien (creo que nunca he hecho tantas fotos por minuto como en los días que estuve allí), al llegar a Narita y por fin relajarme de los nervios del vuelo, me dejé mi mochila con el ordenador portátil, cámaras y otras cosas en la zona de recogida de equipajes. En esos minutos tengo un bajón de tensión tan fuerte que a menudo me dejo cosas; Me ha pasado en Seúl (en un autobús que perseguí corriendo entre los coches hasta que lo pude alcanzar), y en esta ocasión me pasó en Japón. Estaba tan despistado que tomé mi maleta facturada cuando salió en la cinta, y salí dejando la mochila en el suelo. Allí se quedó un buen rato, sin que nadie lo notara. Cuando alguien se dio cuenta que nadie la atendía, os podéis imaginar el revuelo que causó, Era una mochila negra y cerrada, desatendida, quedara en el suelo del aeropuerto. Un caso de libro de los que entrenan los equipos de seguridad de los lugares públicos.
En pocos minutos se montó un dispositivo de seguridad, vaciaron la sala de pasajeros y con mucho cuidado trajeron a los perros para que la olieran. Yo era ajeno a todo esto porque estaba en el tren de vuelta a Tokio, y fue justo ahí, al llegar a la estación de Narita-ciudad, cuando me di cuenta de mi error. Inmediatamente di la vuelta, pero entre que venía otro tren y llegaba al aeropuerto de nuevo, pasó más de media hora. Cuando llegué, pregunté por la mochila en la puerta de salida y me hicieron entrar.
Allí me esperaban policías y personal de seguridad del aeropuerto, junto a un pastor alemán enorme. Me hicieron preguntas sobre la mochila, les expliqué lo que pasó, y me pidieron abrirla. No tuve objeción, vieron que mi descripción y lo que había dentro coincidía con lo que dije, y me la dieron. Pedí disculpas muchas veces por mi despiste, afortunadamente no me multaron y pude volver al tren para volver a casa, no sin antes tomarme un café bien cargado para despejarme y despertarme un poco. Pero esta no es la única vez que he perdido algo. En trenes de Tokio me he dejado el móvil en más de una ocasión, y mi cartera con miles de yen en su interior, también. No me llaman おちょこっちょい (ochokocchooi), es decir, despistado o alguien patoso, por casualidad.
Probablemente he tenido suerte, pero en todas las ocasiones he recuperado lo perdido. Aunque, quizás, no se trate de suerte, sino de algo cultural… de parte del civismo de los japoneses que hoy, al leer este tuit que se viralizó el pasado mes de diciembre. En él una madre llamada Keiko cuenta la historia de su hijo, que encontró una moneda de 50 yen en un parque e insistía en ir a una de las pequeñas comisarías que hay repartidas por la ciudad (koban) para devolverlo. Para la sorpresa de muchos, incluso de la madre, varios policías atendieron al niño y rellenaron el documento oficial de objetos perdidos, apuntando en dónde se habían encontrado la moneda. 50 yen son unos 42 céntimos de euro, pero eso no importa. No era de ellos, y las reglas dicen que hay que rellenar el documento, y guardar lo encontrado por si se reclama. Así funciona el sistema de objetos perdidos en todo el país, da igual si es un parque o un tren, o un restaurante.
息子が公園で50円玉を拾いました。交番に届けるっていうので付き添ってきました。おまわりさんが何人も出てきて、拾った場所や時間を聞いて書類に記入してくださいました。最後に鉛筆を渡してきて「お名前、書けるかな」と。息子は、張り切って署名欄いっぱいにおおきくひらがなで名前を書いていました
— 太陽とケイコムーン (@amazakeiko) December 3, 2019
Esta es la razón por la que he podido recuperar los móviles que se me han caído del bolsillo en el tren, o esa cartera que me dejé con mis tarjetas en un Starbucks. No diré que en Japón no haya ladrones o gente que prefiere quedarse las cosas – claro que los hay. Cuando era estudiante, alguien me robó mi mamachari, una bicicleta de tercera o cuarta mano destartalada, que dejé aparcada en el parking de bicis de una estación. También me he quedado sin paraguas más de una vez, en bares sobre todo, cuando llueve por la noche, en Tokio, aunque los del local siempre me han dado otro que han dejado sus clientes olvidados – no saben qué hacer con tantos. Pero a pesar de todo eso, probablemente el porcentaje de personas que se plantean algo como quedarse lo que no es suyo, es mucho más bajo que en otros países. Estoy convencido de eso. Si encuentras algo en cualquier calle de Japón y se lo das a un policía, prepárate para unas cuantas preguntas y rellenar un formulario. En España, si voy a un policía diciendo que me he encontrado un euro en el suelo, seguramente me miraría con una cara bastante rara. En Japón, es algo normal y esperado de cualquier persona, que se devuelva lo que no es suyo, sin más. Como ese niño.
A pesar de lo que te he contado, no hagas como yo, y no te relajes. No pierdas cosas importantes. Ten cuidado con tu móvil, y tu mochila… estés donde estés. No merece la pena pasar por ese apuro.